4 de junio de 2010

Ensayo sobre la ceguera

LA IMPORTANCIA DE LA ORGANIZACIÓN EN UNA SOCIEDAD



José Saramago en su “Ensayo sobre la ceguera” lleva al lector a un mundo que ha sido indiferente para muchos: el mundo de los ciegos, mediante sus descripciones logra transmitir los miedos, quejas y sentimientos de aquellos que han perdido la luz en el camino y con ésta, la cordura y los estribos de una vida vidente, muestra cómo la carencia de la vista remite a toda una comunidad a vivir como en los inicios de la humanidad, realizando sus necesidades en el lugar donde éstas apremien, rebuscando la comida guiados tan sólo por su olfato y añorando unos ojos que puedan ver y así organizar a la comunidad, en pro de una mejor calidad de vida y de la construcción de un futuro posible. Es así, como el tiempo y la convivencia con una enfermedad que no parece tener cura, acostumbra hasta al más abnegado a aceptar su condición y a buscar las formas más adecuadas y posibles de sobrellevarla, es por ello, que está comunidad de ciegos, descrita por Saramago, reconocen en la “organización” su única posibilidad de reconstruir el nuevo mundo en que viven y de transformarlo de acuerdo a sus necesidades, pero ¿Qué lleva a los individuos, a ver en la organización, una vía de solución para vivir y transformar el mundo en que viven?

Ésta palabra –organización- hizo presencia en la vida de los ciegos desde el mismo momento en que fueron aislados en cuarentena, los militares, la impusieron mediante reglas de actuación y luego, en la sala de los ciegos, los más cultos, hacían hincapié en la necesidad de ella y los menos crédulos, no veían en ésta mayor importancia, sin embargo, en la primera sala del reformatorio todos sus miembros la aceptaron (luego de algún tiempo) como su única posibilidad para poder convivir más a gusto, reconocieron que debían buscar estrategias para coordinar sus acciones y así no incomodarse mutuamente pero si ayudarse, tales estrategias, fueron establecidas en consenso: debían reconocer su cama por el puesto numérico que ocupaba y así nadie le quitaría la cama a nadie, la repartición de la comida sería realizada por unos cuantos de forma equitativa, de esta manera se evitaría que al salir se estrellarán unos con otros, ante los malos olores de la comida descompuesta y la presencia de moscas, las mujeres se encargaban de sacar y quemar la basura, y frente a la necesidad de usar un sanitario y de encontrar agua, en los primeros días, se realizó un reconocimiento del sanatorio, en forma grupal, para garantizar de ésta manera no perderse unos de otros.

De igual manera ocurrió a la llegada del segundo grupo de ciegos, quienes de una u otra manera, se tuvieron que adaptar a las reglas ya impuestas, tanto por los militares como por los mismos ciegos, e impusieron algunas nuevas: ante la evidente deshonestidad de algunos, se hizo necesario nombrar representantes por cada sala para recoger la comida y entregarla, y, ante la muerte de algunos de los ciegos, se estableció que cada sala debía enterrar a sus miembros (por lo menos a un número correspondiente de los suyos). Es decir, las reglas de juego se iban renovando y ampliando, según se iba viendo necesario, pues en el transcurrir de los días y de la convivencia, es cuando una comunidad va identificando la relevancia de algunas normas y la necesidad de crear otras.

Luego, con la llegada masiva de nuevos ciegos al reformatorio, la organización, hasta ahora lograda, perdía fuerza e importancia, puesto que 180 personas no estaban dispuestas a someterse a las reglas impuestas por 60 personas. Dentro de la primera sala, aquella que llevaba más tiempo en la cuarentena, se mantenían las normas de actuación, pero fuera de ésta, la convivencia se vivía a otro precio: Muchas de las personas que habían llegado no alcanzaron a rozar con sus dedos las paredes del sanatorio, antes de morir, pues en la confusión y el miedo a la muerte, cayeron indefensas bajo los pies del tumulto, lo cual quiere decir que no pertenecían a ninguna sala y en ese caso ¿quién las enterraría?; la división establecida por los militares entre salas para ciegos y salas para contagiados, fue traspasada por la gran multitud de ciegos, ahora todos estaban mezclados; las camas con las que contaba el lugar, no eran suficientes para tanta gente, entonces los primeros en entrar consiguieron donde dormir y los demás, tuvieron que emancipar para sí, un lugar en el corredor; y finalmente, ante tanta gente, a la repartición de la comida ya no se le podía imponer ningún tipo de organización, menos, bajo la premisa de establecer un orden donde todo estaba totalmente desorganizado.

En consecuencia, frente a las nuevas circunstancias, eran necesarias nuevas actuaciones que fueron emprendidas por un grupo de ciegos (de los últimos en llegar al lugar) haciendo uso de la violencia y del abuso del poder. El nuevo orden, era impuesto, ya no por común acuerdo de lo más conveniente para todos, sino por la imposición de nuevas reglas a cargo de un “grupo armado” que en posesión de la comida, el mayor tesoro que podían tener los ciegos bajo las circunstancias que los rodeaban, se hacían escuchar y obedecer. Ésta nueva organización, se fundamentaba en una especie de trueque que consistía, en un primer momento, en que cada una de las salas (pues la organización de decisiones y familiaridad impuestas anteriormente, seguían vivas por cada sala) cambiara joyas, relojes, dinero y cosas de valor, por unos cuántos e insuficientes platos de comida para todos sus integrantes. Después de que los ciegos no tenían más riquezas que ofrecer, los dirigentes de la nueva organización impusieron una nueva regla: la sala que quisiera comer, debía entregarles a sus mujeres para ser violadas por los más de 20 hombres que tenían el control de la comida. Y aunque suene absurdo y desde una mirada externa cualquiera se hubiera negado rotundamente a hacerlo, la necesidad de comer, allí adentro, apremiaba y el talante desfallecía con el pasar de los días, por tanto, todas las salas y todas las mujeres, tuvieron que ceder a sus exigencias, al no tener ninguna alternativa para derrocar el poder ni para esquivarlo.

Pero tal y como se ha leído en la historia de la humanidad y como reza un viejo proverbio –no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista-, es así como una mujer, aprovechando las dos únicas armas con las que contaba en aquel lugar: unas tijeras y unos ojos aún videntes, defendió el honor y la honra de las mujeres, matando al líder del grupo y desestabilizando así el régimen de horror. Sin embargo, “ante rey muerto, rey puesto”: el mando y la pistola, la tomó un nuevo líder, quien aplicó todo el peso de la ley sobre aquellos rebeldes, quitándoles, totalmente, la comida, como una forma de reprimir sus acciones contra la cabeza de gobierno, que legislaba sobre aquel sanatorio.

Ante dicha reprimenda, los deseos de comer y la injusticia evidente de quien los gobernaba, la sala más antigua y, por cierto, la más organizada, convoca a las demás para idear formas de resistencia y de actuación: acordaron realizar un ataque a la tercera sala (la de aquellos que tenían el poder) y acabar con ellos antes que morir de hambre. Pero como es bien sabido, pocas guerras se ganan a la primera batalla y menos, cuando el oponente tiene una buena organización como la de aquellos grupos de ciegos que gobernaban.

Sin embargo, finalmente, este grupo de valientes logran ganar su libertad y lo único que desean ansiosamente es reinsertarse a aquella sociedad en la que ya sabían cómo vivir, pero afuera les esperaba, nuevamente, un mundo diferente, un mundo que conservaba las formas pero no las costumbres, una nueva tierra que exigía otra organización de vida y que de cierta forma, ya la había impuesto: la propiedad privada ya no existía: ahora las casas y los víveres eran de quienes los necesitaran y los encontraran, las sanas costumbres del aseo y el uso del baño (como lugar físico) para realizar las necesidades básicas ya no podían ser ejercidas por nadie, el pudor y la vergüenza ya no hacían presencia en las mentes humanas, y, la podredumbre y la basura, ya se habían convertido en una parte de la vida invidente de los ciudadanos.

Ahora, como en el reformatorio, debían volver a organizarse para lograr vivir y convivir bajo las reglas y circunstancias que ésta nueva sociedad les imponía.

Es decir, éstos individuos habían reconocido que cada lugar y cada comunidad exige un comportamiento diferente, y que dicho comportamiento puede ser benéfico para todos, sólo cuando está mediado por los intereses comunes y por el bienestar propio y de los demás, haciéndose necesario el dialogo, por una parte, como medio para exponer lo que quiero y lo que necesito y para conocer los requerimientos de los demás, y por otro lado, como punto de partida para organizar a todos los integrantes de una comunidad o grupo de personas, mediante la realización de acuerdos, en los que todos se sientan comprometidos y beneficiados.

En cuanto a la realización de acuerdos García (2009) plantea que los elementos esenciales para una buena convivencia son: 1. Un conjunto de reglas que regulen la convivencia y sean conocidos por todos, 2. Un sistema de vigilancia que detecte los posibles incumplimientos, y 3. Un procedimiento de corrección para cuando se produzcan transgresiones de esas reglas. Tales elementos, como se describió páginas atrás, fueron empleados por los integrantes de la sala 1 (de los ciegos que estaban en cuarentena), afianzando sus lazos de amistad y solidaridad, como en ninguna otra sala, pues ellos, desde los primeros días de encierro, determinaron una reglas especificas de comportamiento dentro de la sala, de forma tal, que en lo posible, nadie incomodara a nadie y se logrará una sana convivencia. Sin embargo, cabe resaltar, que el establecimiento de tales reglas fue gracias a que dentro de la sala se logró implantar una organización, la cual “sólo existe cuando hay personas capaces de comunicarse y que están dispuestas a actuar conjuntamente para obtener un objetivo común”

La organización establecida por los ciegos de la sala 1, puede ser interpretada como una organización social de tipo comunidad tribal, la cual “surge de la asociación de grupos familiares. Se caracteriza por una división del trabajo muy limitada. [y] el objetivo de sus miembros es la subsistencia y desarrollan un tipo de propiedad comunal, donde la jerarquía social apenas está desarrollada” . Vale la pena anotar que en la sala 1 no se estableció una jerarquía por común acuerdo, pero la vocería del grupo siempre estuvo a cargo del médico y de su esposa, quienes establecieron relaciones horizontales con todos los integrantes de la organización.


En consecuencia, a partir de las planteamientos expuestos, se puede concluir que Saramago mediante el “Ensayo a la ceguera” permite al lector reconocer, primero, que los seres humanos siempre se han visto y se seguirán viendo en la necesidad de relacionarse, de interactuar y de asociarse con los demás, para la realización de sus actividades, la consecución de objetivos y la satisfacción de sus necesidades, puesto que, las fuerzas y capacidades de un solo individuo, en ocasiones, no resultan suficientes y se ve en la obligación de acudir a los demás para garantizar su subsistencia y la consecución de sus metas, y segundo, los intereses, necesidades y comportamientos de los seres humanos no siempre son los mismos, por tanto, su desarrollo puede promover las discrepancias y conflictos entre las personas, requiriendo la presencia de la comunicación, la mediación y la organización (haciendo uso de reglas) como medios necesarios para una sana convivencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario